¿POR QUÉ ESCRIBO?
Esta es una
pregunta clave. Nos la hacemos nosotros mismos, quienes escribimos día tras
día. ¿Por qué? ¿Para qué?
Por
supuesto, en mi caso, lo tengo muy claro. Otra cosa es explicarlo para que se
me entienda. Pero como dicen los que saben: queda muy mal que quien desea
convertirse en un gran escritor diga que algo es difícil de explicar, ¿verdad?
Así que, como no tengo excusas, responderé sí o sí.
En mi caso,
tengo una mente muy imaginativa, que no necesita que los planetas se alineen
para que le llegue la inspiración. Diría que resulta más bien al contrario.
Siempre, a pesar de las novelas que llevo escritas, existen nuevas ideas en la
cola, como sucede en los turnos de una carnicería. Todas me interesan, pero
unas primero y luego las demás. Sé que mi caso no es excepcional, que muchas
personas que leáis este post coincidiréis conmigo.
De
pequeñito fueron los juguetes los actores de mis historias. Luego pasé al
dibujo, y tras convertirme en un lector compulsivo nació mi vena escritora.
Así que
escribo porque necesito sacar de mi cabeza lo que se cuece en ella, donde llega
un momento en que la historia la tengo tan desarrollada en mi mente y tan clara, que me molesta. Extraerla de mi interior significa un alivio enorme y una
satisfacción semejante a la que podría resultar cuando alguien recibe el
diploma de una importante titulación. Es una meta alcanzada en la que he
invertido muchas horas, un tiempo que lo he sacrificado de estar con familia,
amigos, viendo películas o haciendo deporte, y sobre todo, de sueño. No
recuerdo un día que haya dormido más de siete horas seguidas. Mi horario de
escritura es nocturno, pero no puedo apurarlo mucho porque madrugo para ir al
trabajo. Así que, cuando saco cuentas, el resultado es que duermo poco. Por
ahora es inevitable. Siempre me acuesto cuando mi pareja ya lo ha hecho, nunca
coincidimos porque yo siempre me quedo frente a la pantalla escribiendo, los 365 días del
año (prácticamente).
Entonces,
¿Para qué?
No os
mentiré. Quiero vivir de esto, claro que sí. Quiero que la gente conozca mis
novelas, que les guste, que hablen de ellas, que me hablen a mí. A todos nos
gusta que se reconozca la calidad de nuestro trabajo. Yo debo desconectar cada
noche para centrarme en la novela que llevo entre manos. Y el día que no lo
consigo (no suele ocurrir) es un día perdido que no me acerca a mi sueño. No
hay excusas, puedes quejarte a quien quieras, pero no te va solucionar el
problema, nadie lo hará, solamente tú, a base de currártelo. Por eso, muchas
veces imagino mi rendimiento si en mis preocupaciones diarias solamente
estuviera la escritura.
Es un sueño
alcanzable, pero no se regala. Y quizá, para crear algo que realmente llame la
atención y sobresalga de la media, necesito escribir quince, veinte o treinta
novelas; o menos, o más. Pero no lo sabré si no las escribo.
Llega un
momento en que la idea de triunfar se desvanece, aunque ello no significa que
uno se haya rendido, sino que más bien, ese objetivo pasa a segundo plano; y lo
que más importa es la creatividad pura y dura, las exigencias de uno mismo.
He leído muchos libros didácticos (también sucede con los blogs) que hablan sobre cómo
vender por internet, sobre cómo ser un escritor visible. Y llego a una
conclusión: Yo no quiero que mi imagen vaya por delante de mi trabajo. Muchos
escritores se convierten en auténticos plastas, salen en todas las redes
sociales, no paran de realizar vídeos donde hablan de sus presentaciones, del
éxito que están teniendo, quizá sobremaquillando los resultados. Toda esa
publicidad está basada en un libro autopublicado (es a estos casos concretamente a los que me refiero), y en ocasiones resulta ser su
primer trabajo.
En mi
humilde opinión eso es un error, porque lo más normal es que esa primera novela
todavía no tenga una calidad suficiente para los lectores, y el autor se cree
una imagen postiza, como de farsante.
Sinceramente,
temo que me suceda a mí. Yo quisiera triunfar hoy mismo, pero no a ese precio,
porque puede que vendiera muchos ejemplares gracias a mi visibilidad e
insistencia en las redes, pero no sucedería lo mismo con una segunda novela. Y
yo quiero lo contrario. Llevo siete novelas autopublicadas en Amazon, dos más
terminadas a falta de una última lectura de corrección. También otra novela de más de setecientas páginas que quizá reescriba por aligerarla. Y muchos otros
proyectos. Pues a pesar de ello, sigo sintiéndome demasiado inexperto para
lanzarme a publicitar mis trabajos como si no existiera un mañana. Puede que me
equivoque, porque sé que un escritor invisible es un escritor que no existe.
Pero he decidido no tener prisa en esa parte de mi vida literaria.